El drama hizo visible la desigualdad
Por Alejandro López Accotto *
Hace tres años y medio que viajo casi todos los meses a Haití como parte de una misión de cooperación del Ministerio de Economía. Durante ese tiempo trabajé con funcionarios haitianos –entre ellos el actual primer ministro Jean Max Bellrive– en un clima de respeto y esfuerzo que contrasta con la estigmatizació n de algunos analistas del Primer Mundo que dicen que es el Estado más corrupto del planeta. También aprendí a apreciar a un pueblo negro tan sufrido como orgulloso, que en 1804 logró poner fin a la esclavitud para convertirse en la primera nación independiente de América latina, aunque desde entonces no han podido encontrar un rumbo que garantizara condiciones de vida dignas. Haití es uno de los países más desiguales del mundo, el 70 por ciento de su población es pobre y apenas un 15 por ciento de la oferta educativa es pública. Son 9 millones de personas, de las cuales 3 millones se concentran en Puerto Príncipe, una ciudad con infraestructura sólo para 500 mil habitantes. El hacinamiento y la pobreza los llevan a pasar gran parte de su vida en la calle. Allí no sólo se ve la pobreza sino las pinturas y esculturas que se ofrecen por toda la ciudad y que muestran la creatividad de sus innumerables artistas. Haití es un país de contrastes extremos.
Ahora las imágenes del terremoto resultan desgarradoras. Dicen que la naturaleza es sabia pero aquí todo indica que se equivocó. Volvió a ensañarse con quienes viven en extrema fragilidad. Aunque no es la naturaleza la única responsable. Ojalá que la reconstrucció n de Haití implique también un cambio en la dinámica social del país. Ahora que el drama permanente de los haitianos se ha hecho visible por la catástrofe coyuntural, tal vez el mundo entienda que con estos niveles de desigualdad existentes la civilización es una palabra hueca. Países como el nuestro, que comparten con Haití el drama de la desigualdad –aunque a niveles no tan extremos– pueden, sin duda, hacer un aporte sustantivo, en términos de asistencia técnica. En este contexto, es importante reivindicar el trabajo de cooperación de la Argentina y, en especial, del programa Pro Huerta, que muestra todo lo que se puede hacer con poco dinero si se trabaja con los haitianos como pares y compañeros y no como simples “receptores de ayuda”. Ojalá que en el futuro no nos olvidemos de Haití, por los haitianos y por nosotros.
* Economista miembro de la Misión de Cooperación con Haití. Ministerio de Economía y Finanzas Públicas.
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